domingo, 21 de septiembre de 2008

definitiva


se ha vuelto definitiva
tu palabra
que azota mi cara
quemada
con las velas
que fueron encendidas
sin autorización

recapacito en contra tuya
y me despierto del
letargo
en que mantenías
aquellas flores
que tanto cuidas

las flores del mal

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Adelaida II

Una piel pulida se asomaba por la calle Mortario. La brisa nocturna hacía ver a Adelaida más bella aún. Sus collares de perlas estaban trizados y su mirada exaltada convertía cada uno de sus alocados pasos en ventiscas rudas casi como abanicos gigantes. El temblor de sus zapatos de cuero ornamentado con hebillas de plata era inconsciente, y aunque dada la oscuridad que la rodeaba era casi imposible distinguirla, la sola espera de la novia amarrada hacía que todos voltearan a mirarla y se asombraran gracias a su extravagante atuendo. Al divisar Adelaida a Emilia la entrevista con un caluroso abrazo, acariciándola en ambas mejillas, luego en las manos y terminando con un apasionado besar , sediento en noches de sequía carmesí. Adelaida pregunta sobre todo el tiempo en que no se han concertado a Emilia, interrogándola de una manera casi invasiva, a la que la bella pelirroja responde con una caricia en el hombro de Adelaida invitándola a entrar al lujoso apartamento. Las bocinas de los autos rechinaban y los faroles que Adelaida había atenuado con su belleza volvían a destellar el radiante perfume de la ciudad francesa. Emilia hacía su acostumbrado pedido al servicio de hotel, un licor de manzanilla y copas para ambas. Mantuvo a Adelaida bebiendo por horas, reían a cada instante al recordar los momentos en que estaban juntas. Sin embargo el frío no dejaba de penetrar los curvilíneos cuerpos de las amigas que se observaban frente a frente. Se vieron obligadas a entrar y dejar la dulce brisa de la terraza. Emilia le hace una invitación a Adelaida, ofreciéndole dormir juntas. Como en los viejos tiempos, le dice. Ya en el lecho Adelaida se encontraba acariciando los brazos de Emilia, que se hallaba entre las piernas de su compañera abrazada de su cintura, envuelta en escarcha y sudor. Las sábanas de la habitación bañaban a Emilia, casi sin tocarla, y mezclando su piel con la suavidad de las rojas velas del cuarto. Adelaida comienza a besar a Emilia, se trataba del beso más candente y a la vez el más abrasador. Los labios se tocaban sin cesar, se hacían uno solo, parecía que se mutilaran cada vez que se juntaban, y terminaban en una muerte súbita entre ambas amigas que comenzaban a reír luego de besarse un largo rato. Tenían los labios rojos. La mano de Emilia alcanza el cabello de Adelaida, y con un sensual movimiento acerca, desde la punta de los rizos, pasando por el cuello y subiendo nuevamente, el rostro de su bella luciérnaga que comenzaba a llorar. Emilia intenta consolar las lágrimas de Adelaida. Cuando la primera gota de rocío se hizo presente cayendo sobre cada arbusto de la cuadra. Emilia y Adelaida ya estaban durmiendo, desnudas y abrazadas. Las velas de la habitación se habían apagado, dejando tras ellas una estela de color carmesí en toda la habitación. Las lágrimas de Adelaida ya estaban secas. La inmensa incertidumbre de Emilia con respecto al estado anímico de Adelaida hacía que las tensiones se hicieran presentes entre ambas. Adelaida yacía dormida y Emilia consolaba sus efímeros suspiros.

Adelaida

Adelaida estaba sola aquella noche. Su bello rostro, tan pálido como la luna. Luna que la hacía parecer una inquietante estatua o una blanca amapola en medio de tantos edificios y calles. Su mirada expectante se hacía retardar, cada sombra que maullaba alrededor parecía insignificante, tanto que los gritos provenientes de la cabina del teléfono a su lado, no le llamaban la atención. Sus tacones parecían dos altas agujas en unas plataformas negro lustroso y sus medias de seda escondían sus largas y finas piernas frente a la acechadora lluvia que se avecinaba. Mirando al extinguido horizonte se percató de un pequeño felino, astuta e inerte silueta. El gato parecía tener una semana de vida, y a pesar de estar a más de diez metros de Adelaida, esta sintió un placer culpable al verlo tan indefenso. Una iluminación la estremeció, recordaba tan bien ese momento. Su pequeña minina, su pequeña muñequita de trapo. Era tan grande el sentimiento arrancado de sus entrañas de bohemia locura, que en un tiempo estaba abrazando al pequeño animal. Lo acariciaba como si este fuese a morir por su culpa, lo tocaba, lo lamía incluso, le rascó la cabeza, le enredó la cola en sus dedos, y luego, de su minúsculo bolso sacó un revólver, un revólver blanco y resplandeciente. El gato maulló, y Adelaida le apretó el cráneo, tapó el semblante del felino y le quebró una de las patas en su intento de calmar la desesperación vibrante del culpable de tal arrebato. Lanzó al gato a un montón de basura al lado del farol que daba a su departamento, y las luces de la avenida fueron poco a poco haciéndose más intensas. No pudiendo controlarse, Adelaida tomó el revólver y se encañonó, caminó hacia la cabina telefónica y divisó un charco de lodo seguido por unos zapatos de cuero y un sombrero. Se sentó en el suelo, aún con el arma en su sien, y comenzó a pronunciar unas indescriptibles palabras en latín. Su lengua se enredó en la última declaración de odio hacia su persona. Se incriminó de tantas fechorías, se rasgó la blusa de seda, dejado ver su brasier y terminó por hacer el vitral de la cabina añicos con el revólver. Lanzó la pistola lejos, donde estaba el gato. Su llanto era incontenible. Ella estaba asustada. Su cuerpo estaba bañado en mierda de paloma y el sombrero que yacía dentro con ella, se manchó a su vez. Ella lo puso sobre su cabello que a la vez se hacía más y más enmarañado. Sus ojeras se pronunciaban haciendo notar su preocupación inaccesible. Sin pausas, la lluvia comenzó a manar, manaba de sus ojos, la hacía sonrojar y al salir de la casilla tambaleó contra el farol. Se afirmó de él. Se decía a si misma cuan bien recordaba todos esos momentos de gratitud, esa fiel compañía terminada con lluvias agrias, con cuentos sin terminar. Subió las escaleras y cruzó su puerta, tapada en cadenas y cerrojos finos. En el living se divisaban los cadáveres de tres niños y un perro, estaban boca abajo y tomados de la manos. Los niños parecían haber muerto con la lluvia de la noche anterior.

des Roses